LA ARAÑA Había en la tarde serenidad de Égloga. De vez en cuando interrumpía el silencio campesino el canto de alguna cigarra o el balar de la majada que volvía al redil. En el patio, ahondando a fuerza de tanto raspar con la ípichanai, las dos hilanderas hablaban pausadamente, con frases breves, a veces incompletas, y con frecuentes reticencias. La una, joven y hermosa, inclinada sobre el telar doméstico, movía las manos regordetas en la tarea de cruzar los hilos y mover acompasadamente la pala tejedora. La otra, cincuentona, seca y arrugada, hilaba un blanquísimo vellón haciendo bailar el huso con una maestría admirable, a medida que iba consumiendo su cigarro de chala. La primera, echándose hacia atrás y suspirando, dijo: -... Y Cliofe quiere el pelero mañana!... - Así es -contestó la vieja. - Ucha, mama, si juera araña, yo, no? - No dijíeso míhija. - Pa ser ligera, decía. - Peru es maldita! - ¿Quién dice? - Mi finadita madrina me contaba cuando yo era chica, y no solo ella, mucha gente sabía el caso, fue princesa líaraña...
- Diande!... - Peru hace mucho... y tenía un palacio di oro. - ¿Y andíera eso? - En otras tierras sería... Ponderan como era di orgullosa y mala con los pobres. - Bah... todos los ricos son lo mesmo. - Ah, pero nu habíu otra mujer de su laya! Todos le tenían miedo! A los quíiban a pedirle un favor los hacía sacar a palos. A otros les hacía quemar el rancho y la chacra pa solo divertirse. - ¿Y nu había autorida? - ¡Qué líiban hacer, si era amiga de los reyes y los príncipes más poderosos!.. Muchos se querían casar con ella porquíera muy linda.
- No conocían la leña, ¿no? - No, po, si se hacía la guena, pero ansina la pagó... Una vez juÈ una viejita muy pobre a pedirle algún trapo de los quíella tiraba píhacerse un rebozo, porquíel suyo estabíhecho hilacha, pero... ni acabó di hablar, cuando la mandó botar a palos del palacio. Entonces, la viejita, líechó una maldición muy grande... - ¿Y le alcanzó? - ¡Claro! - Sería la Virgen... - Así dicen. Por su maldición, toitas las riquezas de la mala se líhicieron humo y ella se convirtió en araña, ese bicho tan fiero, peludo y ponzoñoso, y tuavÌa, pa pior castigo, tiene que tejer toda la vida como el más necesitau de los pobres. - ¿Su madrina lo vido? - No, pero el agelito díella sÌ. - Y agora ¿ya no pasíeso? - Quién sabe nomás, asigan el pecau, ser·; pero ya todos tienen más escarmiento. La noche había llegado sigilosamente. Las dos mujeres que ya no trabajaban, quedaron pensativas, la mirada fija en las sombras que envolvían el campo, absortas, quien sabe en que hondos pensamientos sugeridos por la misteriosa evocación de la vieja.
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