En este caso, nos encontramos con Henrik Ibsen, quien fue un dramaturgo noruego que vivió entre los años 1828 y 1906. Sus obras reflejan interés por
la psicología de los personajes y los problemas sociales. "Casa de muñecas" es considerada un hito en la lucha histórica de la mujer por sus derechos. Muestra a Nora, quien
tiene un matrimonio aparentemente feliz con Torvaldo Helmer. La estabilidad se rompe cuando él se entera de que su mujer solicitó un préstamo. La mujer se desilusiona por falta de apoyo de parte de su marido.
Te invitamos a mirar la escena actuada de la primera parte de la obra "Casa de muñecas".
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A continuación, podrás leer la última escena de la obra Casa de muñecas
Casa de muñecas
Henrik Ibsen, dramaturgo noruego.
HELMER.––Nora, con placer hubiese trabajado por ti día y noche, y hubiese soportado toda clase de privaciones y
de penalidades; pero no hay nadie que sacrifique su honor por el ser amado.
NORA. ––Lo han hecho millares de mujeres.
HELMER.––¡Eh! Piensas como una niña, y hablas del mismo modo.
NORA. ––Es posible, pero tú no piensas ni hablas como el hombre a quien yo puedo seguir. Ya tranquilizado,
no en cuanto al peligro que me amenazaba, sino al que corrías tú..., todo lo olvidaste, y vuelvo a
ser tu avecilla cantora, la muñequita que estabas dispuesto a llevar en brazos como antes, y con
más precauciones que nunca al descubrir que soy más frágil. (Levantándose.) Escucha, Torvaldo: en
aquel momento me pareció que había vivido ocho años en esta casa con un extraño, y que había
tenido tres hijos con él... ¡Ah! ¡No quiero pensarlo siquiera! Tengo tentación de desgarrarme a mí
misma en mil pedazos.
HELMER. (Sordamente.)––Lo comprendo; el hecho es indudable. Se ha abierto entre nosotros un abismo. Pero
di si no puede repararse, Nora.
NORA. ––Como yo soy ahora, no puedo ser tu esposa.
HELMER.––Yo puedo transformarme.
NORA. ––Quizá..., si te quitan tu muñeca.
HELMER.––¡Separarse..., separarse de ti! No, no, Nora, no puedo resignarme a la separación.
NORA. (Dirigiéndose hacia la puerta de la derecha.)––Razón de más para concluir. (Se va y vuelve con el
abrigo, el sombrero y una pequeña maleta de viaje, que deja sobre una silla cerca de la mesa.)
HELMER. ––Nora, todavía no, todavía no. Espera a mañana.
NORA. (Poniéndose el abrigo.)––No puedo pasar la noche bajo el techo de un extraño.
HELMER.––¿Pero no podemos seguir viviendo juntos como hermanos?
NORA. (Poniéndose el sombrero.)––Semejante tipo de vida no duraría mucho. (Poniéndose el chal sobre los
hombros.)Adiós, Helmer. No quiero ver a los niños. Sé que están en mejores manos que las mías. En
mi situación actual.... no puedo ser una madre para ellos.
HELMER.––Pero ¿algún día, Nora..., un día?
NORA. ––Nada puedo decirte, porque ignoro lo que será de mí.
HELMER. ––Pero sea como sea, eres mi esposa.
NORA. ––Cuando una mujer abandona el domicilio conyugal, como yo lo abandono, las leyes, según dicen,
eximen al marido de toda obligación con respecto a ella. De cualquier modo te eximo, porque no es
justo que tú quedes encadenado, no estándolo yo. Absoluta libertad por ambas partes. Toma, aquí
tienes tu anillo. Devuélveme el mío.
HELMER.––¿También eso?
NORA. ––Sí.
HELMER.––Toma.
NORA. ––Gracias. Ahora todo ha concluido. Ahí dejo las llaves. En lo que respecta a la casa, la doncella está
enterada de todo... mejor que yo. Mañana, después de mi marcha, vendrá Cristina a guardar en un
baúl cuanto traje al venir aquí, pues deseo que se me envíe.
HELMER.––¡Todo ha concluido! ¿No pensarás en mí jamás, Nora?
NORA. ––Seguramente que pensaré con frecuencia en ti y en los niños y en la casa.
HELMER.––¿Puedo escribirte, Nora?
NORA. ––¡No, jamás! Te lo prohíbo.
HELMER.––¡Oh! Pero puedo enviarte...
NORA. ––Nada, nada.
HELMER.––Ayudarte, si lo necesitas.
NORA. ––¡No! No puedo aceptar nada de un extraño.
HELMER.––Nora..., ¿ya no seré más que un extraño para ti?
NORA. (Tomando la maleta de viaje.) ––¡Ah! Helmer. Se necesitaría que se realizara el mayor de los
milagros.
HELMER. ––Di cuál.
NORA. ––Necesitaríamos transformarnos los dos hasta el extremo de... ¡Ay! Helmer. No creo ya en
milagros.
HELMER.––Pues yo sí quiero creer. Di: ¿deberíamos transformarnos los dos hasta el extremo de...?
NORA. ––Hasta el extremo de que nuestra unión fuera un verdadero matrimonio. ¡Adiós! (Se oye cerrar la
puerta de la casa.)
Ibsen, Henrik. Casa de muñecas. Santiago: Pehuén editores, 2001. Fragmento.