Digo la tonada...
El idioma nos vino con las naves, sobre arcabuces y metal de espada, cabalgando la muerte y destruyendo la memoria y el quipo del Amauta; fue contienda también la del Idioma, dura guerra también, sorda batalla, entre un bando de oscuros ruiseñores con su pico de sierpe acorazada y zorzales y tímidas bumbunas que la voz y la sangre circulaban del abuelo diaguita o michilingue con persistencia de remota llama; rotas fueron las voces ancestrales, perseguidas, mordidas, martilladas por un loco rencor sobre la boca del hombre inerme y la mujer violada. Y el Idioma triunfó, los ruiseñores de Castilla vencieron, la calandria cuya voz era tierra, barro nuestro, son y zumo de tierra americana de repente calló cuando los hierros agrios del odio en su dolor de fragua le marcaron el pecho que gemía y segaron la luz de su garganta.. Pero la lucha prosiguió en la sombra, una guerra de acentos y palabras, de fugitivas voces y vocablos con las venas sangrantes que buscaban refugiarse en la frente o esconderse en la nocturna claridad del alma perdiendo expresión y contenido,
y la escucho en la voz que me despierta con el mate y su luz en la mañana cuando el sol es un padre que nos dona el reciente verdor de la esperanza; y la escucho en un niño que transita por el sendero que trazó la cabra y me grita: ¡Buen día! y me conforta con la sonrisa de su alegre cara; de repente la siento que rodea mi corazón como una mano blanda si la voz de la madre o de la esposa
se florece con íntimas palabras; alguna noche la escuché en Rosario en la voz de una joven que pasaba y eso sólo bastó para que viera amanecer los cerros del Conlara; y otra noche la oía en Buenos Aires, en muchedumbre de no se qué plaza, sobre un grito vibrante que decía titulares de prensa cuotidiana; cómo es dulce sentirla cuando llega desde una boca de mujer besada con el "sí" suspirado que promete una cálida rosa para el ansia; y la escucho sonar entre los niños de un pueblecito que se dice Larca mientras mueven las manos en el juego escolar y rural de la payana; y la siento rezar en el velorio, y saltar en el arco de la taba, y volverse puñal en el insulto y suspirar en la recién casada. Dondequiera que esté yo la escucho y tras ella regreso a la comarca donde soy una piedra, una semilla, una nube y un pájaro que canta...
No tenemos bandera que nos cubra tremolando en el aire de la plaza, ni canción que nos diga entre los pueblos cuando suene el clarín, y la proclama desanude las últimas cadenas y destruya el alambre y la muralla, pero tenemos esta luz secreta, esta música nuestra soterrada, este leve clamor, esta cadencia, este cuño solar, esta venganza, este oscuro puñal inadvertido este perfil oral, esta campana, este mágico son que nos describe, esta flor en la voz: nuestra Tonada.
|