"De todos los acontecimientos de esta era de las catástrofes (1º guerra mundial y Gran Depresión), el que mayormente impresionó a los supervivientes del siglo XIX fue el hundimiento de los valores e instituciones de la civilización liberal, cuyo progreso se daba por sentado en aquel siglo, al menos en las zonas del mundo «avanzadas» y en las que estaban avanzando. Esos valores implicaban el rechazo de la dictadura y del gobierno autoritario, el respeto del sistema constitucional con gobiernos libremente elegidos y asambleas representativas que garantizaban el imperio de la ley, y un conjunto aceptado de derechos y libertades de los ciudadanos, como las libertades de expresión, de opinión y de reunión (…) Sin duda, las instituciones de la democracia liberal habían progresado en la esfera política y parecía que el estallido de la barbarie en 1914-1918 había servido para acelerar ese progreso. Excepto en la Rusia soviética, todos los regímenes de la posguerra, viejos y nuevos, eran regímenes parlamentarios representativos, incluso el de Turquía. En 1920, la Europa situada al oeste de la frontera soviética estaba ocupada en su totalidad por ese tipo dé estados. En efecto, el elemento básico del gobierno constitucional liberal; las elecciones para constituir asambleas representativas y/o nombrar presidentes, se daba prácticamente en todos los estados independientes de la época.
No obstante, hay que recordar que la mayor parte de esos estados se hallaban en Europa y en América, y que la tercera parte de la población del mundo vivía bajo el sistema colonial.”
Hobsbawm, Erik. “Historia del siglo XX”. Editorial CRÍTICA, Buenos Aries, Argentina, 1998. Pág. 117
¿Qué pasaba en EE UU y América Latina?
La crisis mundial iniciada en 1929 golpeó duramente a las economías latinoamericanas. Gran Bretaña y los EEUU transfirieron los efectos de la crisis a los países que se encontraban bajo su influencia, bajando los precios de las materias primas, repatriando inversiones y colocando trabas a las exportaciones latinoamericanas.
Las consecuencias de estas políticas fueron el desempleo y la miseria. Ante la falta de divisas comenzó a desarrollarse la industria liviana, para reemplazar las importaciones que ya no podían adquirirse. El Estado, controlado por las elites conservadoras, intervino en la economía y subvencionó las actividades de los sectores dominantes. Esta intervención no se dio en el terreno social, donde las mayorías populares quedaron libradas a su suerte.
La baja de los precios agropecuarios llevó a la ruina a millones de campesinos que comenzaron a migrar hacia las ciudades en busca de trabajo en las nuevas industrias. Este proceso provocó grandes cambios en la composición del movimiento obrero latinoamericano durante toda la década del ’30.
Los trabajadores recién llegados traerán su inexperiencia política y sindical. Tampoco se sentirán representados por las dirigencias sindicales de izquierda (comunistas, socialista, anarquistas) que predominaban en las grandes ciudades. De tendencias más conservadoras, los trabajadores provenientes del campo promoverán un “sindicalismo” más negociador que combativo, e irán conformando la base social de los movimientos políticos conocidos como populistas que florecerán por toda América Latina, entre mediados de los años ’30 y comienzos de los ’50.
Los populismos desarrollarán, de acuerdo a las características de cada país, el modelo del Estado Benefactor, iniciado por Franklin Roosevelt en los Estados Unidos a comienzos de la década del 30. Este modelo proponía integrar el obrero al sistema como consumidor- productor, elevando el nivel de los salarios para aumentar la demanda y mejorando la calidad de vida de los sectores populares a través de fuertes inversiones en rubros como salud, educación y vivienda.