La competencia imperialista y los cambios en los límites territoriales entre los Estados Europeos, generaban frecuentes conflictos.
A modo de ejemplo, la guerra entre Francia y Prusia por el control de Alsacia y Lorena, en poder prusiano desde 1871 y reclamado por los franceses, es un claro ejemplo. Tras la victoria Prusiana en dicha guerra se formó el Imperio Alemán que, junto al Imperio Austro – Húngaro (1867 – 1918) y el Imperio Otomano (1299 – 1919), constituyeron la Europa de los grandes Estados, al englobar distintas nacionalidades; sin embargo, las fricciones se desencadenaban entre las naciones que aspiraban a tener su propio territorio y, por lo tanto, exigían a los grandes imperios el reconocimiento de ese derecho.
Hasta 1914, el “equilibrio” europeo estuvo sostenido en un sistema de acuerdos entre los Estados industriales y coloniales más poderosos:
- La Triple Alianza, integrada por los llamados Imperios Centrales (Imperio Alemán, Imperio Austro-húngaro e Imperio Otomano).
- La Triple Entente constituida por Gran Bretaña, Francia y el Imperio Ruso. Al mismo tiempo, los demás países europeos habían establecido pactos y alianzas con las distintas potencias, para asegurarse la independencia y contar con poderío militar.
Finalmente, en agosto de 1914, estalló la Primera Guerra Mundial, entre los países de la Triple Alianza y la Triple Entente.