En 1917, los enormes esfuerzos que exigía la guerra habían destruido el “optimismo nacionalista” y la idea de una guerra corta y victoriosa. Franceses y alemanes tuvieron deserciones y motines en las trincheras. Las huelgas se multiplicaron en las fábricas, sobretodo en aquellas que sostenían la industria militar.
En un contexto de profunda crisis interna, Rusia se retiró de la guerra con la firma del Tratado de Brest – Litovsk, con Alemania. El esfuerzo de la guerra, las muertes y deserciones masivas, las huelgas obreras y la pobreza generalizada del pueblo, crearon las condiciones para el derrocamiento del régimen Zarista (febrero de 1917) y la Revolución bolchevique (Octubre 1917).
Cerrado el frente de Europa Oriental o del Este, Alemania pudo poner todo su poderío en combatir a Francia y Gran Bretaña. Como resultado de este nuevo giro en el poder mundial, en abril de 1917, Estados Unidos le declaró la guerra a Alemania y dispuso el envío de equipos y tropas de combate. Esto fortaleció el poder de los aliados de la Entente.
En marzo de 1918, los alemanes iniciaron una ofensiva sobre Francia que terminó en un fracaso. Ante la contraofensiva aliada, los Imperios Centrales se desmoronaron. El Emperador alemán, Guillermo II renunció, y el Imperio Austro-Húngaro quedó disuelto.